Monday, July 04, 2005

Mi situación económica me obliga a ir al norte

Óyeme, mi hija, que te quieres venir al norte. Pero antes de que armes la maleta con sueños y arepas, déjame contarte la pura verdad, no vaya a ser que un día me reclames: “¡Ay, mamá, no me avisaste!” Mira que esa verdad muchos se la guardan, sobre todo los que llegan a la tierra natal repartiendo regalitos y contando cuentos de hadas, pero ni una palabra de las penas.

Así que te lo suelto sin anestesia, para que decidas con los ojos bien abiertos lo que vas a ganar… y lo que vas a perder.

Aquí la vida es dura, mi reina. Si crees que todos tus problemas se quedan en migración, mejor piénsalo dos veces. Lo ideal es que te vengas sin líos y con ganas de trabajar, porque aquí nadie te va a dar la bienvenida con una banda de mariachis. Aquí te toca pagar el derecho de silla, apretarte bien los pantalones y echar pa’lante, olvidando si allá eras la reina del carnaval o el gerente del banco. Aquí todos somos nuevos, todos aprendemos a la mala.

Eso sí, si te animas, conocerás lugares, gente rara, fiestas extrañas y hasta aprenderás a comer cosas que ni sabías que existían. Y si te quedas, pues disfruta lo que tienes, que allá también se vive sabroso.

No te lo digo para asustarte, sino para que vengas lista para sudar la gota gorda. Te cuento que a veces para juntar un sueldo decente me toca tener tres trabajos: por la mañana, por la tarde y por si acaso. Trabajo hay, pero el sueldo es chiquitico y la vida carísima. Por eso aquí uno vive como en fiesta de pueblo: la casa llena de gente, todos apretaditos para poder pagar la renta y mandar unos dolaritos a la familia.


Ay, mi hija, y cuando mandas el dinero, ni para un hot dog te queda. Pero bueno, así es la vida. Uno aquí sudando la gota gorda para mandar unos centavos y allá creen que el dinero crece en los árboles. ¡Quién inventó esa mentira tan descarada! Porque sí, les mandamos porque los queremos, pero ellos gastan como si aquí nos pagaran por respirar. Yo creo que si supieran lo que cuesta ganarse esos centavitos, los gastarían con más cariño.

Y mira, lo que más me pesa no es el trabajo, ni el frío, ni el inglés enredado. Es la soledad, esa que se mete en los huesos y te saca las lágrimas cuando menos lo esperas. La soledad de no entender los chistes, de extrañar el olor a café de la abuela, de sentirte siempre un poquito de aquí y un poquito de allá.

No te cuento esto para que te eches para atrás, sino para que sepas que empezar de cero en otro país no es fácil, pero si le agarras el ritmo, hasta lo disfrutas. Eso sí, prepárate: ya no serás la misma, serás parte de esa raza híbrida del norte, mitad de aquí, mitad de allá, y con historias para rato.

1 comment:

Pequeñin said...

Que fuerte.

Eso nomás puedo decir sobre este post.

Un abrazo

Chau